La verdad es que no me costó dejarlo, pensaba que sería más difícil. Pero la verdad es que ya tenía pensado dejarlo pues en pocas semanas nacía mi peque y yo sabía que con un bebé en casa, la mujer recién dada a luz, o lo dejaba antes o si coincidía todo me volvería loco. Así que dicho y hecho, la noche del 6 de enero de 2008, tras ver cómo el Madrid ganaba en el Bernabéu a mi Real Zaragoza por 2 a 0 en un partido que el Madrid quiso perder para ayudar al Zaragoza a no bajar (lo que ocurrió al final de temporada) me encendí mi último cigarrillo.
Y lo dicho, no me costó dejarlo. Un par de días un poco (tampoco mucho) jodidos pero nada más, ni sudores ni ansiedades ni monazos... nada. Y sin tratamientos ni libros ni hipnosis ni chorradas, simplemente con fuerza de voluntad. Mira para otras cosas que la tuviera...
Pero mentiría si dijera que no se tienen ganas de fumar. Una vez y más. Pero si a la fuerza de la voluntad le sumas que estás pachucho del corazón, la posibilidad de fumar es, en mi caso, la misma de llegar a la Luna de un salto mortal con tirabuzón hacia atrás.
Ahora bien, el día que saquen un tabaco que no dé mal aliento, enfermedades coronarias, problemas de corazón, respiratorios, cáncer y mil cosas malas más, ese día, vuelvo a fumar. Por cierto, que con ese repasito por encima de las cosas malas que trae el tabaco ¿no te dan ganas de dejarlo de una puñetera vez?
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